033. Poeta Psicópata II

Y la tarde cayó sobre mí, y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon y yo seguía inmóvil, sentado en aquel aposento solitario; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible ascendiente como si, con la claridad más viva y más espantosa, flotara entre las cambiantes luces y sombras del recinto. Al fin, irrumpió en mis sueños un grito como de horror y consternación, y luego, tras una pausa, el sonido de turbadas voces, mezcladas con sordos lamentos de dolor y pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo de par en par una de las puertas de la biblioteca, vi en la antecámara a una criada deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había tenido un acceso de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, la tumba estaba dispuesta para su ocupante y terminados los preparativos del entierro. Me encontré sentado en la biblioteca y de nuevo solo. Me parecía que acababa de despertar de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero del melancólico período intermedio no tenía conocimiento real o, por lo menos, definido. Sin embargo, su recuerdo estaba repleto de horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible por su ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con recuerdos oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en vano, mientras una y otra vez, como el espíritu de un sonido ausente, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del aposento me respondieron: ¿Qué era? En la mesa, a mi lado, ardía una lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y la había visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no merecían ser tenidas en cuenta, y mis ojos cayeron, al fin, en las abiertas páginas de un libro y en una frase subrayada: Dicebant mihi sedales si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, pues, al leerlas se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis venas? Entonces sonó un ligero golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como un habitante de la tumba, entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló con voz trémula, ronca, ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba de un salvaje grito que había turbado el silencio de la noche, de la servidumbre reunida para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un tono espeluznante, nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado, sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía. Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó suavemente la mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había contra la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.

Berenice, Edgar Allan Poe.

033: Poeta Psicópata II

Me: ¿Estás ahí, Madeleine? Se me ha ocurrido una idea horrible y enfermiza y necesito expiar la consideración de mis pecados. 

Inicialmente había pensado que lo mejor que podía hacer era simplemente alejarme para siempre de Blanquita. No volver a hablarle, desaparecerme, y esperar que el tiempo haga esa cosa que le gusta hacer donde va borrando los recuerdos de la memoria y extinguiendo la vida de las cosas.

Pero entonces esta idea me atravesó la consciencia como una flecha en llamas y la secuela que me ha dejado es un sentimiento de culpa que amenaza con atormentarme hasta la muerte.

Se me ocurrió que nunca debería bloquear a Blanquita.

¿No es lo más enfermizo que has oído en tu vida?

 ¿Qué debo hacer, Madeleine?

Madeleine: Eh…no lo sé.

Me: ¿Puedes ver por qué es tan macabra y enfermiza la idea que te acabo de mencionar? 

Madeleine: No del todo, la verdad.

Me: ¿Soy una mala persona, Madeleine?

Madeleine: No, no lo eres. 

Me: Digo, normalmente no me importa reconocerlo, porque creo que en el fondo todos los seres humanos tenemos una mancha de maldad, y yo particularmente no me intereso mucho por los demás, pero… si soy malo con las personas que quiero, ¿no soy lo peor de lo peor?

Madeleine: Bueno, muchas veces terminamos haciéndole daño a los que más queremos, pero estoy segura de que esa no es tu intención. 

Me: No lo sé… Déjame explicarte por qué, en cierto modo, es tan malvada y macabra la idea de no alejarme de Blanquita… 

Hasta ahora no la he bloqueado porque estoy esperando que me hable para pasarme el dinero de las boletas que vendió (en realidad el dinero no me importa) y aprovechar para pasarle la pintura del gato y entonces decir adiós para siempre.

Después de eso, la bloquearé y probablemente ya no volvamos a vernos nunca más en la vida. 

Incluso si no muero pronto, seguramente no volveremos a vernos, ya que vivimos en ciudades diferentes y yo ya no volveré al único lugar donde me encontraba con ella, la universidad (el otro año voy a estudiar en otra). 

Así que ese es el final que he estado esperando… no porque sea lo que yo deseo, sino porque he pensado que es lo mejor que puede pasar.

Madeleine: Sí, creo que es lo mejor. 

Me: Pero ayer se me ocurrió esta horrible idea de que tal vez no debería bloquearla nunca…

Lo que significará que ella podrá hablarme cuando quiera, y que yo, seguramente como siempre, no podré evitar hablarle también de vez en cuando e incluso seguir esperando oportunidades que nunca van a llegar.

¿No te parece ya una horrible idea?

Madeleine: Sí, creo que es una mala idea. 

Me: Pero la idea no vino sola, sino con otras ciertas implicaciones. 

Se me ocurrió la idea mientras leía otro cuento de Edgar Allan Poe, uno llamado “Berenice”. 

¿Recuerdas lo que te dije sobre este autor hace unos pocos días?

Madeleine: ¿Que es un experto del relato corto? 

Me: Sí, pero aparte de eso… el hecho de que él consideraba que lo más poético y romántico era la muerte de una mujer hermosa, lo cual se ve reflejado en muchas de sus historias.

Y el hecho de que esa obsesión, por decirlo de algún modo, probablemente era una consecuencia de las trágicas muertes de las mujeres importantes en su vida. 

El cuento de Berenice es sobre dos primos (en la vida real, Poe también se casó con una prima), ambos de carácter muy opuesto, uno era intelectual y retraído, y la otra era jovial y energética. 

Y ambos tenían enfermedades muy particulares, aunque no se es del todo explícito con ellas. 

La enfermedad del protagonista consistía en una obsesión morbosa por mirar con atención y analizar profundamente cualquier objeto trivial que cayera bajo su campo de visión durante uno de sus accesos de la enfermedad, en los que podía pasarse horas y días enteros absorto rumiando sobre una idea fija sobre cualquier cosa sin realmente un valor trascendental. Algo así como una especie de autismo, podrías decir. 

La enfermedad de su prima era algo más físico. Al parecer sufría ataques de epilepsia y parálisis, lo que estaba empezando a deteriorar mucho su cuerpo. 

Y tanto se estaba deteriorando como persona que, para el protagonista, la mujer pronto pasó de ser una persona digna de admiración a un simple objeto digno de análisis. 

Y, sin embargo, en algún momento de tristeza y compasión, creo, decidió pedirle matrimonio. Ya tenían programada una fecha y todo.

Y un día, de repente, el protagonista se quedó mirándola fijamente, contemplándola en uno de sus episodios de atención enfermiza, y se dio cuenta de la decadencia de su figura, y de que solo sus dientes parecían permanecer intactos ante su enfermedad, y entonces se obsesionó con ellos. 

Y, bueno, mejor te comparto textualmente los últimos párrafos del cuento, para que los leas por ti misma. [Revisar la cita al principio de esta entrada]

[…]

No me queda del todo claro el hecho de si la mujer estaba viva cuando la enterraron y el protagonista le arrancó todos los dientes… o tal vez todo el hecho de que había muerto y la habían enterrado solo lo había imaginado en medio de sus profundas meditaciones mórbidas…

No sé. De todos modos, solamente te hablo de esta historia para presentarte el contexto macabro en el que me surgió esta idea…

¿Puedes verlo ahora, Madeleine? 

Madeleine: Pues… eh… no estoy muy segura. 

Me: Tal vez tenga que recordarte un poco algunas de las palabras de Blanquita…

Unas que te mostré y te subrayé una vez para acentuar, porque parecían dichas con descuido, pero cargaban un significado profundo y letal. 

Madeleine: Acerca de que sabía que iba a morir, ¿verdad?

Me: ¿Sabes en qué me convierte eso?

Creo que me convierte en un poeta psicópata… y por más poético que sea, no dejo de ser un psicópata… 

El hecho de que se me haya pasado por la cabeza la idea de que no debería alejarme de Blanquita solo para esperar verla morir, con la esperanza de que, tal vez en lo más agobiante de su enfermedad, ella cambie ligeramente de opinión respecto a mí, que de alguna manera sienta que me necesite y que yo pueda estar ahí para ella, para suplir esa necesidad y apoyarla hasta la muerte, sabiendo que tuvo a su lado hasta al final a alguien que la amó profundamente.

¿No soy la persona más horrible del mundo, Madeleine?

Madeleine: Aaaah, ¡no sé qué decirte!… Bueno, pues sí es algo pesado… pero tampoco para ser la peor persona del mundo. 

Me: ¿La tercera peor?

¿Qué debo hacer, Madeleine? ¿Debo alejarme o no debo alejarme de ella?

No soy lo peor, pero sí soy horrible, ¿verdad? Y solamente me surgen estas ideas por cuánto la amo… 

Solo quiero que ella sea feliz… pero entonces me llegan estas enfermizas esperanzas de que tal vez ella pueda amarme también si espero a que su vida sea peor…

¿Entonces qué debo hacer?

¿Si la amo de verdad, debo dejarla ir, alejarme y esperar que sea fuerte y sea feliz y pueda superar sus problemas y su enfermedad por sí misma, sin esperar nada para mí, verdad?

¿Verdad?

Pero al mismo tiempo… 

¿No soy un horrible amigo si me alejo de una amiga que me quiere tanto y la abandono para siempre sabiendo que sufre de una enfermedad mortal?

Madeleine: Jum, tienes razón.

Me: ¿Entonces qué debo hacer, Madeleine? De cualquier modo soy lo peor, ¿verdad?

Tal vez no debo alejarme y debo aceptar que ella nunca me va a amar como yo quiero, y estar ahí siempre que ella me necesite, si es que alguna vez lo hace, aunque ella nunca me ha necesitado, pero si llega a necesitarme, no quisiera negarme para ella…

Ah, no sé qué hacer, Madeleine…

Tal vez ella está bien sin mí y no me necesita y, aunque sea mi amiga y me quiera tanto, sabrá que lo mejor para los dos es que yo me vaya y la deje sola y trate de buscar mi bienestar, mientras ella por su parte trata de buscar el suyo.

Entonces, después de todo, debería bloquearla, ¿verdad?

Madeleine: Me parece que es una buena conclusión. 

Me: Ah, mi Blanquita… Perdóname por haber tenido en mi mente la idea de que tal vez pudieras amarme en la agonía de tu enfermedad… Espero que puedas superarla y seas muy feliz sin mí. Perdón por todo.

¿Soy un poquito menos horrible por arrepentirme de haber considerado tan horrible idea, verdad?

No puedo pedirle perdón a ella directamente, porque ni siquiera le he mencionado esto ni lo voy a hacer… 

Pero de verdad me arrepiento…

No quiero que sufra por mi culpa… Y no quiero que sufra por culpa de nadie…

Quiero que sea feliz, aunque sea sin mí, ¡de verdad! 

Así que solo me queda eso… Alejarme y esperar que sea fuerte y feliz…

Por desgracia, creo que yo nunca podré serlo. Me aleje o no me aleje de ella, estoy destinado a acabar con mi propia vida en cualquier momento…

No pude encontrar mi propio bienestar y ser feliz.

Pero espero que ella sí pueda lograrlo, y que me perdone por no haber podido ser tan fuerte como ella.

¿Tú perdonarías mis pecados? ¿Cómo me castigarías por ellos? ¿Qué es lo que merezco de verdad? 

Madeleine: No lo sé… Pero sí, perdonaría tus pecados. 

Me: Dímelos. ¿Cuáles son mis pecados?

Madeleine: Bueno, todo lo que acabas de contarme, podría verse como algo egoísta, ¿no?

Me: Pero no hice nada. Solo pensé una idea… ¿Entonces crees que soy egoísta? 

Madeleine: Pues sí, pero tampoco es que sea algo demasiado grave. Es una actitud egoísta la que estabas planteando, pero no significa que lo seas. 

Me: ¿Entonces he pecado o no?

Madeleine: Bueno, no has hecho nada malo realmente.

Me: Sé que sí soy egoísta… Igual que hace rato con lo de ser bueno o malo. Sé que soy egoísta, porque sé que todos los seres humanos son egoístas y que en el fondo el altruismo no es más que otra ilusión… 

Y soy egoísta porque me preocupo por mi propio bienestar y no me importa el resto del mundo… Por eso soy egoísta.

Pero, ¿sabes cuándo es la única vez que soy menos egoísta?

Cuando quiero a alguien como quise a Scarlet y como quiero a Blanca.

Son las únicas veces que incluso no me importaría sacrificar mi propia felicidad al cambio de las de ellas… 

¿Tal vez es por eso que me ha dolido tanto a mí mismo el simple hecho de haber considerado esa idea? Porque habría sido egoísta con Blanquita…

Por eso me dolió haber pensado eso y todavía me duele.

Pero solo fue una idea. Realmente quiero que Blanquita sea feliz, aunque no me quiera. 

Madeleine: ¡Eso es lo realmente importante!

Me: Entonces, ¿me perdonas por el pecado que no cometí, pero que pensé un momento y ahora me atormenta haber pensado?

Madeleine: Estás perdonado.

Me: Tú no eres quien debería perdonarme, pero no sé quién… ¿Yo? ¿Ella? 

Madeleine: Diría que tú mismo.

Me: No siento que pueda hacerlo ahora mismo. 

Madeleine: Entonces tómate tu tiempo.

Me: Tal vez moriré antes de poder hacerlo, y ese será mi castigo.

023. Deconstrucción de la empatía

Quien no entienda el sarcasmo, sepa ofenderse en la calidad en la que sus capacidades se lo permitan.

Para todos los demás, que la reflexión detrás de estas palabras acerca de la naturaleza egoísta del ser humano encuentre un camino provechoso hacia su construcción espiritual.

023. Deconstrucción de la empatía

Madeleine: ¡Qué noticia tan triste! Fue tremenda tragedia. Justo las cabezas creativas del estudio andaban en ese momento…

Me: Sí, es triste que se mueran porque eran los que me daban entretenimiento. Qué mal que no se muriera en lugar de ellos el que trapeaba en el edificio.

Madeleine: Bueno, esos son solo los directores confirmados. Hubo varios muertos.

Me: Sí, pero esos otros a nadie le importan.

Madeleine: Sus muertes son igual de lamentables…

Me: Aun así, solamente publicaron una lista de los directores muertos. ¿Por qué no publicaron una lista de todos los muertos?

Porque la gente anónima a nadie le importa. Al público general no le importa saber si se murió o no el tipo que lavaba los baños. (Y eso no quiere decir que su vida valga menos.)

Madeleine: Bueno, sí, tienes razón.

Me: Así que no me vengas con tristezas hipócritas.

La vida no tiene ningún valor si no es la de alguien famoso o alguien del que de algún modo te beneficies de manera importante y directa.

Aunque debo admitir que aún no estoy seguro de si mi falta de empatía es realmente una posición filosófica o simplemente se debe una carencia innata…

Tal vez podrías ayudarme a analizarlo.

Tendríamos que empezar por definir qué es la empatía y luego determinar si es moralmente correcta o no.

Pero en el caso que estamos discutiendo, se trataría más de simpatía que de empatía, ¿no?

¿Te sientes mal por los que se murieron o te sientes mal por los familiares que van a sufrir sus muertes? ¿O admites que te sientes mal porque esas personas que murieron te daban algo que ya no te podrán dar?

Madeleine: Por lo primero.

Me: Lo primero son dos opciones, y son contrarias.

Solo sería empatía si te sintieras mal por las familias. Sentirse mal por los muertos no sería empatía porque los muertos no sienten nada. Así que sería más una especie de simpatía.

(Entendemos aquí, pues, a la empatía como a la capacidad de sentirse de una manera aproximada a como se siente el otro.)

Y no me jodas. Estoy seguro de que, hasta antes de que yo lo mencionara, en ningún momento pensaste en sus familias.

Es más, ni siquiera sabes si tienen familia o no. Así que es imposible que sientas empatía por gente que no conoces, y que tal vez ni siquiera existe.

Todo el mundo tiene familia, probablemente. Pero no conoces a nadie en específico, así que no te puedes sentir mal por ninguno de ellos. Aun si te sintieras mal por ese concepto de familia, no sería empatía con ninguna persona real.

¿Así que por qué sentir esa supuesta empatía?

No es como si estuvieras haciendo algo bueno por ellos por sentirte mal. Digo, aparte de compartir imágenes en las redes sociales mostrándole al mundo lo buena persona que eres al preocuparte por otros.

¿Entonces dirías que es moralmente correcto sentir esa empatía?

Yo diría que sí, solo si puedes y haces algo para mejorar sus situaciones.

De lo contrario, ¿de qué serviría que no solo ellos estén preocupados por sus muertos sino también tú?

Desde una perspectiva utilitarista, entre menos personas estén sufriendo o sintiéndose mal, mejor sería.

Así que déjale la infelicidad a los que no pueden evitarla y tú no te preocupes por ellos.

Por otra parte, solo estamos hablando en el caso de que realmente te sintieras mal por sus familias. Pero si eres sincera, tienes que admitir que ese no es el caso.

En ningún momento se te pasó por la cabeza pensar en la familia de nadie hasta que yo lo mencioné. Todo lo que pensabas era en nombres famosos y películas que has visto.

Pero está bien. Que sean famosos tampoco los hace ser menos personas.

Está bien si te sientes mal por la persona que dirigió tal o cual película. Mi problema es que la gente se sienta mal por esos, pero ignoren a todos los demás.

¿Es moralmente correcto hacer eso?

Sentirse mal por unos, pero ignorar completamente a otros.

Preocuparse por unos, pero no importarles en absoluto otros.

Yo diría que sí, de hecho.

Si fuera alguien cercano a mí quien muriera, digamos, mi propia madre, seguramente me sentiría muy mal. Estaría muy triste.

¿Pero por qué tendría que sentirme mal por alguien que no conozco?

E incluso si conozco a alguien, ¿significa que debo sentirme mal por la muerte de esa persona solo por el hecho de que la conozco? No lo creo.

El hecho de preocuparse por alguien probablemente es algo que solo se da como consecuencia del tipo de relación que tengas con esa persona.

Por ejemplo, yo he vivido gran parte de mi vida con mi madre. Ella me ha dado muchas cosas, ha estado conmigo cuando he tenido problemas, así que es natural que me preocupe por ella si le pasa algo, ¿no?

Aun así, si te fijas bien, sigue siendo algo muy egoísta.

Me preocupo por ella solo porque ella ha sido buena conmigo en la vida. Si hubiera tenido una madre diferente, o una relación diferente con ella, una en la que, a su vez, se hubiera preocupado menos por mí, seguramente yo también me preocuparía menos por ella.

Es la respuesta natural. Quieres ser bueno con quien ha sido bueno contigo.

¿Pero acaso deberías preocuparte por quien nunca ha hecho nada bueno por ti?

Si siguieras una filosofía cristiana, probablemente dirías que sí. Pero incluso los cristianos fallan a la hora de poner en práctica una premisa tan utópica.

Pero, otra vez, si lo miras desde una perspectiva utilitarista, entenderás que lo más correcto moralmente es la situación en la que menos personas posibles estén mal.

Y preocuparse por otros, sentirse mal por otros, ese tipo de empatía, por definición, es estar mal.

Por lo tanto, lo más correcto moralmente sería tratar de evitarla.

De todos modos, como dije, la respuesta natural es que trates de ser bueno con quien ha sido contigo. Que la empatía se da dependiendo de la relación que tengas con esa persona.

¿Entonces cuál es la relación que tienen las personas con la gente famosa?

¿Por qué en una tragedia como esta la gente se preocupa más por los nombres famosos que por el hombre que limpiaba las oficinas?

Dime.

¿Cuál es tu relación con esos directores para que te preocupes por ellos sin pensar que había otras personas ahí mismo que sufrieron exactamente lo mismo?

Es porque ellos fueron los responsables directos de proveerte cierto entretenimiento que disfrutaste, ¿no?

Y si es eso, está bien. No es más egoísta que preocuparte por tu madre que te ha dado todo en la vida.

Tal vez si hay una diferencia, sería cuantitativa… Y supongo que al final de cuentas, eso es lo que me molesta. Esa desigualdad.

Y no lo digo tanto comparando a tu madre con el famoso… Sino al famoso con el anónimo.

Obviamente estarías llorando mucho más por tu madre y no solo poniendo caritas tristes en internet.

Pero entre el famoso y el anónimo…

¿Realmente la diferencia de lo que han hecho por ti es tan grande para que la vida de uno prácticamente pierda todo valor en comparación con la vida del otro?

Sí, creo que ese es mi problema con la empatía. Es demasiado desigual sin ninguna buena justificación. Al menos en casos como este.

En general, la gente famosa no ha hecho nada más importante que la gente que nadie conoce. Solo han tenido más suerte y más éxito.

Sí, el famoso te trajo películas, pero el que trabaja lavando los baños probablemente les pagó la universidad a sus hijos con mucho mayor esfuerzo.

¿Realmente debe importarme más la vida del famoso que no ha hecho nada directamente por mí?

Entiendo la empatía por familiares y amigos cercanos. Por la relación que has tenido con ellos, tal vez la empatía sea la respuesta natural.

Pero me parece que es muy desigual la empatía hacia alguien famoso, con quien realmente nunca has tenido una relación directa, en comparación con la nula empatía que sientes por una persona que sufre exactamente lo mismo, pero resulta ser menos conocida a nivel mundial.

Bueno, esa es toda mi diatriba acerca de la empatía por ahora.

¿Tienes algo que decir? Digo, aparte de: “tremenda tragedia. Justo las cabezas creativas del estudio andaban en ese momento”. ¡Justo ellas! Y justo en ese momento.

Pero vaya coincidencia. Justo las cabezas creativas se encontraban en su lugar de trabajo en un día de trabajo. ¡Y justo ellas y no las cabezas menos creativas!

¿Por qué no podía ser un día en el que no estuvieran justo los más importantes? Y que solo se murieran las personas sin nombre y sin valor…

Madeleine:

*   *   *

Una pequeña nota del autor: Pensándolo bien, durante esta discusión me faltó tener en cuenta una cierta consideración. La no muy pequeña posibilidad de que el caso de empatía analizado aquí no fuese en realidad otra cosa que una mórbida curiosidad macabra por la muerte de los vivos. En ese caso, tiene sentido que se ignore a los anónimos, considerando que en realidad es posible que no existan, y por lo tanto carecen de la capacidad de ofrecer una satisfacción real a esa enfermiza curiosidad en la que hablar de la muerte de figuras «importantes» genera una interacción placentera entre las personas.

Que quede claro que no digo que sientan placer directamente por la muerte de otras personas, sino que el hablar de esas cosas con otros, al ser un tema de considerable impacto emocional (no necesariamente tristeza), se genera una conexión más profunda y placentera entre los interlocutores.

Pero bueno, eso será tema para otra discusión…